Por Olguin

Nuestro hombre en el mundo de los héroes

Cronicas

Un apasionado alegato en favor de Robin, siempre desplazado por el ego y la fama de los superhéroes. Condenado al ninguneo de ser segundo, sin pena ni gloria.

Batman no existe, pero Robin sí.

De la misma manera que es improbable la existencia de Dios y en cambio no hay dudas de que Jesús pasó por la tierra, las pruebas de la presencia de Robin están en todas partes.

Porque siempre detrás de cada idiota exitoso hay un esforzado ayudante que lo asiste para que el otro alcance la fama. Todos fuimos Robin alguna vez y lo sabemos.

En cambio, los Batman del mundo nunca se reconocerían como tales. Se creen Superman. Nombre es destino, decían los romanos que siempre la tuvieron clara. Robin remite a la mejor estirpe de hombres: a la de los héroes desinteresados como Hood.

Nuestro joven maravilla consagró sus años mozos a hacer justicia desde la sombra de su jefe, tutor o encargado. El Comisionado Fierro y el  jefe O'Hara nunca se dirigen al muchacho a la hora de pedir ayuda sino al oscuro hombre murciélago.

 Los malos siempre tienen discursos demoledores que apuntan a Batman, pero nunca le dedican un párrafo propio al muchacho. Gatúbela ni lo registra. Y hasta Batichica está dispuesta a volverse lesbiana antes de caer en los brazos de Robin.

Pero a él no le molesta. Soporta las ninguneadas con la paciencia de un santo, de un auténtico hombre solo preocupado por la justicia universal.

Robin, a diferencia de todos nosotros que miramos con sorna (en el mejor de los casos) a nuestros jefes, realmente cree en Batman, en su inteligencia y en su talento para resolver los conflictos con los malos. La honestidad es una de sus tantas virtudes.

De la misma manera que es improbable la existencia de Dios y en cambio no hay dudas de que Jesús pasó por la tierra, las pruebas de la presencia de Robin están en todas partes.

 

 

Pero si uno mira con atención los viejos capítulos televisivos de Batman vamos a descubrir que quien resuelve siempre los acertijos es Robin, por más que Batman ponga cara de “yo ya lo sabía”.

Es Robin también el que lo desata cuando Batman cayó en una trampa y es Robin el que arregla con Alfred las nimiedades del cuidado de la baticueva.

Porque él está en todo, tal como nos obligan a cada uno de nosotros en nuestro trabajo. En su vida cotidiana, Ricardo Tapia es un joven estudiante. Poco sabemos de esa vida aunque lo podemos imaginar preocupado por estudiar, o por encontrar novia (las habladurías de su relación con Bruno Díaz son mediocres simplificaciones de su compleja relación).

Todo eso desaparece cuando se tira por los batitubos. No pierde solo su identidad sino también sus intereses cotidianos.

A cambio, gana un lugar, el privilegio de acompañar al líder. Cabría preguntarse cuál es la dinámica de un dúo dinámico. Los líderes hacen y ordenan, los segundos también hacen, pero no ordenan sino que observan. Son los testigos privilegiados de la vida heroica de su jefe. Sin ese acompañamiento, sin esa ayuda, los líderes no son nada.

Basta ver las películas de Batman donde no aparece el Joven Maravilla. Batman se convierte en un amargado, más gris que oscuro, más resentido que justiciero, más trágico que heroico. Batman sin Robin no es más que un murciélago.

El héroe se representa siempre a sí mismo. Es único e inimitable (por más que los chicos se disfracen de él). En cambio el segundo es mucho más que el ayudante bien dispuesto a hacer triunfar a su jefe. Es el representante de todos nosotros, es el tipo al que podríamos aspirar si viviéramos en Ciudad Gótica o en algún lugar similar.

Es como cuando en un concurso se honra también al segundo. No se trata de un premio menor al del primero sino de una representación: el segundo está ahí en nombre de todos los perdedores del concurso para mostrar su admiración, su envidia, su resignación ante el único ganador.

Cabría preguntarse cuál es la dinámica de un dúo dinámico. Los líderes hacen y ordenan, los segundos también hacen, pero no ordenan sino que observan. Son los testigos privilegiados de la vida heroica de su jefe. Sin ese acompañamiento, sin esa ayuda, los líderes no son nada.

Es como el extra de una película que no necesita haber estudiado actuación para estar en el set de filmación y que se dedica a contemplar las idas y venidas de las estrellas.

Los segundos, los extras, los que nunca protagonizarán una película o un acto heroico son las auténticas personas. El ayudante del héroe, por más maravilloso que sea, es tan humano como los demás mortales, pero con la fantástica misión de ser un héroe.

Él lleva nuestra bandera, la de los que hacemos de la supervivencia nuestro acto más heroico. Si en vez de Ciudad Gótica, Robin viviera en Buenos Aires no bajaría por los batitubos. Iría a la baticueva en subte.


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