Foto: Elena Cambria
Por Mía Flores Pirán - Foto: Elena Cambria

Cobra verde

Cronicas

Escupen fuego. Tragan basura. Devoran seres. Son pensiones y se reciclan como almas de extraterrestres amarillos.

Caminaba por la avenida en un día muy normal. Tan normal que nadie se dio cuenta de que el contenedor verde de la basura de mitad de cuadra se abrió como la boca de una cobra y se comió al pelado que estaba parado esperando el 92. 

Cuando vi que se abría haciendo espacio pensé que alguien quería vaciarlo y separar el cartón. Nadie. 

Vi como de un segundo a otro el inmenso cubo verde se acercaba sigilosamente hacia mi semejante, que silbaba mirando un cartel de promoción de cigarrillos.

Se agazapó y esperó su momento para dar el zarpazo y ¡zaz! Se lo trago de un bocado. 

Grité y empecé a mirar hacia mis costados buscando un cómplice. Había una chica paseando a su perro, que me miraba como yo había estado mirando durante toda mi vida a la gente en situación de calle. Cómo si de verdad ellos estuvieran locos y yo, cuerda. 

No encontré empatía por ningún lado. Estaba totalmente en shock y alborotada debatiéndome si repentinamente estaba alucinando o si había llegado el día en qué nos comería crudos nuestra propia basura. Nadie había visto nada, pues a mi alrededor todo funcionaba normalmente.

La gente entraba al subte, hablaba, dentro de los bares tomaba café. 

El pelado había desaparecido y el contenedor de la basura frente al Kiosco estaba ahí, quietito. Sucio igual que siempre. Hediendo, mudo. Detuve mi marcha porque me estaba acercando a él. Y no podía arriesgar mi pellejo de esa manera. Estaba totalmente segura de que se acaba de tragar al pelado. Había dos caminos, o yo era la próxima, o la alucinación cesaría pronto.

No encontré empatía por ningún lado. Estaba totalmente en shock y alborotada debatiéndome si repentinamente estaba alucinando o si había llegado el día en qué nos comería crudos nuestra propia basura.

 

Seguro recibiría alguna señal. 

Cómo no tuve más remedio me quede ahí. A unos 20 metros de mi voraz enemigo. Empecé a observarlo y al cabo de unos minutos nadie pasaba cerca. Estábamos a solas. Pero frente al mundo.  Yo estaba de visitante. Después de todo, este era su territorio. 

Seguro tenía estudiado el mecanismo perfecto y cómo un camaleón se camuflaba en la muerte de la cotidianidad para cazar a su próxima víctima.  No iba a ser yo. Empecé a imaginar cuantos miles de cadaveres habría ahí dentro. O tal vez se los habría llevado el camión y nunca nadie se había dado cuenta.  Mi curiosidad me arrimo un poquito más hacia el. Después de todo, yo estaba avispada. No me iba a tragar así nomas. Me acerqué muy despacio. Nos quedamos mirando un rato largo. Yo sabia, que él sabía, que yo había descubierto que tenía vida. De repente sentí una inercia muy fuerte que me arrastraba hacia el. Una especie de atracción como la de un imán, me llevaba hacia mi destino. Me estaba succionando el tacho de basura en pleno mediodía. Si. Estaba sucediendo. No podía resistirlo. Era una fuerza poderosa.  Me estaba llevando. Ya estaba casi adentro cuando me caí hacia adelante con la frenada fuerte del colectivo.  Me había quedado dormida en el último asiento. Baje sobresaltada y transpirando sin entender dónde estaba. 

Sedienta, encontré agua en un kiosco. 

Entré desbordada a pedirle un agua sin gas. Todavía estaba en trance entre el sueño y la vigilia.

Me tomé la botella entera sin respirar y me senté un segundo en la vereda para tranquilizarme.

Sin esperar que frente a mí, vería a un pelado esperando un colectivo, y un feo y grande contenedor de basura color verde.

Foto: Rufian

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