Por Symns

El día que fui Manson

Cronicas

Una fantasía del pasado que aún sobrevuela el pensamiento del señor de los venenos.

Cuando leí Crimen y Castigo, sentí que Rodión Románovich Raskolnicov me había hecho al oído una invitación desesperada que se introdujo en mi mente como un maravilloso himno guerrero. -Si Dios no existe, todo está permitido.

Eso me llenó de una fuerza poderosa: quise salir a la calle a matarlos a todos. Porque nada era verdad. Por eso entiendo a los asesinos. Aunque no sea uno de ellos, pude haber sido un asesino en las calles asesinas.  

Recuerdo que una vez un matador me confesó:

-Matar es una droga, vos matás a uno y cagaste. No podés parar.

En el asesino, el asesinato existe antes de que lo cometa. El crimen habita en su alma. No hablo de un pistolero que se defiende a los tiros de la Policía, ni de un asaltante que entra a robar y le tira a quemarropa a la víctima porque hace algún movimiento. Hablo de alguien que mata a otro sin tener ningún motivo.

A algunos de estos seres que viven en otro pliegue de la sociedad, cuyas almas parecieran estar hechas de la misma sustancia que el abismo y el cosmos, se los llama sicarios. Son lo más frío de una raza llena de ladrones, proxenetas, violadores, secuestradores, estafadores y rateros. Todos están marcados por la misma cicatriz. El estigma de haber tocado los cables pelados que produjeron un pequeño cortocircuito en la farsa humana Una vez, un asesino impiadoso me dijo que el verdadero matador es aquel que mata sin que la víctima lo sepa. No sé si Charles Manson leyó a Dostoyevski, pero quizá yo alguna vez estuve a punto de ser como Charlie. Algo nos une: los dos deseamos la muerte y no nos manchamos las manos. La diferencia es que las mujeres mataron por él. En mi caso, maté en otro plano.

Fui Joe Pesci pateando la cabeza de quien me faltó el respeto en Buenos muchachos, gatillé mis pistolas en Taxi Driver sobre los proxenetas porque fracasé en mi intento de matar al presidente Menem, también fui el boxeador rebelde y traicionado de Toro salvaje; el burguesito perdido en el desopilante laberinto de After hours; el psicópata que corrompe para siempre a la nena metiéndole el dedo en la boca en Cabo de Miedo y fui también cualquiera de los muchachitos aprendices del delito en Calles Salvajes.

Empecé a robar de niño, no existe persona que no haya robado a su familia siendo niño. En las sombras de los hombres están las respuestas, esas que no se dicen, que uno mismo se miente. Fui ladrón, pero nunca he matado. Aunque mi fantasía de juventud siempre fue matar.

Fui Joe Pesci pateando la cabeza de quien me faltó el respeto en Buenos muchachos, gatillé mis pistolas en Taxi Driver sobre los proxenetas porque fracasé en mi intento de matar al presidente Menem, también fui el boxeador rebelde y traicionado de Toro salvaje; el burguesito perdido en el desopilante laberinto de After hours; el psicópata que corrompe para siempre a la nena metiéndole el dedo en la boca en Cabo de Miedo y fui también cualquiera de los muchachitos aprendices del delito en Calles Salvajes

 

He disparado sobre personas. ¿Y qué sentía haciéndolo? Es algo apasionante. Acuchillar también es apasionante. Yo siempre ando con cuchillo. Siempre espero una pelea.  


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