En el barrio de Constitución había un hombre conocido como el bigote chupacon. Así le decían porque su mirada degenerada seguía con sus labios mojados y su bigote especial, ideal para ser un chupacon.
Era un vampiro de vaginas.
Vestía como un caballero de otro siglo. Se peinaba a la gomina esos cabellos largos con un tenedor, ya que no usaba peine y usaba un cuchillo para limar y limpiar sus dientes como colmillos. Don Bigote Chupacon daba una imagen satánica. Trabajaba para revistas porno y en las escenas de esas películas hoy inhallables, aparece Bigote Chupacon ante una concha como si fuera un plato exquisito que degustaba sacando la lengua, rozando la vulva y el clítoris. Ellas gritaban de placer. Lo dejaron sordo de tanto griterío.
Su bigote olía...ya saben.
Con el tiempo se fue gastando.
Así se hizo la fama de el bigote Chupacon. Qué envidia le tengo, cuántas conchas habrá chupado. Su éxito llevó a que un colorado sátiro le ofrecieron millones para que sea un chupapi, pero por su buen hombría de bien rechazó esa oferta espuria de ese asqueroso homo depilado pero buena gente.
También tomaba mucha cerveza, vino y cocaína. La fafafa le destilñó el bigote. Eso terminó con su carrera. Quisieron ayudarlo El Tísico Moe (el más malo de los Tres Chiflados), Don Bachicha tanga fuscia, el gran Sarchi, el tímido Bombachita Clerc, con lágrimas lechosas y un bigotito fino sin lengua porque nunca hablaba, pero Don Bigote Chupacon terminó en la ruina, sin bigote, sin lengua y sin vida.
Pedía limosna y terminó chupando las veredas.
Murió atragantado por su última concha.
En su tumba, le dejan conchas floridas.
En su lápida del cementerio de Flores, figura este epitafio: "Mi vida feliz consistió en un bigote raro que se adueñó de los papitos más ricos del mundo. Brindo por ellos".
Querido Bigote chupacon, que en paz descanses.
