Por Nebbia

La pensión de mi niñez

Cronicas

Todo permanece oculto entre extraviados y solitarios. Vinilo, cine y memoria.

Si bien la música es la herramienta principal que tengo para comunicarme sensiblemente, siempre relacioné y viví el cine y la literatura con la misma intensidad

Valga decir: un Mundo del Arte por el Arte para el Arte.

Mi vida comenzó a desarrollarse con natural analogía por la fusión de estos elementos.

Si Hitchcock me encantaba, luego me acompañaba la música de Bernard Herrmann.

La melancolía y noble lealtad en The Seachers, de John Ford, no me cerraba sin escuchar atentamente la partitura de Max Steiner.

Y cuando en la injustamente olvidada película de Richard Lester, “Robin & Marian”, caían mis lágrimas mientras Sean Connery lanzaba la última flecha, sonaba una entrañable melodía del francés Michel Legrand. De todo esto se trataba la música para mí.

De leer “El Corazón es un cazador solitario” de Carson McCullers y asociarlo con todo el territorio sensible de lo que vivía.

Algunas mañanas en Rosario, en la pensión que compartíamos con mis padres, pasaban cosas extrañas.

Nada que no se pueda imaginar en cualquier madrugada de excesos. Sólo que yo recién tenía 10 años.

Sabía de excesos por anécdotas prestadas. Una noche, alguien que increíblemente se apellidaba Coronel, tuvo una discusión con su mujer, lo que era usual en las noches de la pensión. Pero esta vez sucedió algo tremendo.

Como que el tipo se extralimitó. La cuestión que el tal Coronel decidió castigar a la femme, vaya a saber por qué cosa. Si hubiera sido el motivo la infidelidad, hasta podría haberla matado. Pero aquí lo que ocurría era algo distinto.

La mujer simplemente (o fatalmente) le exigía una explicación por su ausencia.

¿Por qué había tardado tanto en llegar a casa? ¿Cómo era posible que ella estuviera esperando desde la mañana temprano en que él partió? ¿Por qué había demorado tanto en regresar? Nunca sabremos cuál fue la razón.

Algunas mañanas en Rosario, en la pensión que compartíamos con mis padres, pasaban cosas extrañas.

Sin embargo parece que el canalla Coronel ya estaba harto de tanto reclamo. Entonces, sin dudarlo, tomó a su mujer del largo cabello y comenzó a arrastrarla por el extenso patio de la pensión.

Ni los gritos de ella por semejante situación ni otra cosa que imaginemos, detuvo este rito, este monstruoso castigo. Nadie se atrevió a meterse frente a un acto de semejante locura y maldad. Eran otros tiempo.

Debo detallar que esta pensión donde yo vivía, albergaba gente solitaria , también estudiantes y familias en una docena de habitaciones contiguas.

Nunca he podido extraviar este recuerdo de mi niñez. No puedo comprender que alguien castigue a otro indefenso. Ni hablemos ya de un hombre pegándole a una mujer.

¿Qué infierno tiene en su cabeza alguien que maltrata a un ser inocente, débil, inerte? Creo que este tipo de personalidad no cambia más. No supera más su error. No existe perdón que lo alcance. Ni remedio que lo cubra. Ni reflexión que a uno lo convenza. Ni explicación psicológica que pueda contenerlo.

La violencia convive con nosotros en todas las sociedades modernas. Con derivaciones psicológicas, políticas, sociales, patológicas, y todas las categorías que se nos ocurran.

Claro que retengo los mejores recuerdos que he vivido en ese tiempo. Mi infancia y pre-adolescencia conservan de cualquier manera retratos importantes del entorno social que me tocaba. Mucho me han protegido las imágenes fílmicas registradas en mis memorias del pasado.

La soledad del cine

La extensa persecución que soporta Clark Gable por un guerrero enfurecido en “Mas allá del Missouri” (Across the wide Missouri, William Wellman, 1951, estrenada en nuestro país como “Más allá del ancho rio”) , es tan tremenda e injusta como lo es el linchamiento de Steve McQueen en el resentido y facista pueblo del Oeste que vemos en “Tom Horn” (William Wiard 1980).

Sensiblemente comparto todos estos sucesos. Alguno me ha quedado grabado en la soledad del Cine y otro en la precaria vivienda donde vivía en ese tiempo.

Todo es mucho más que lo que uno vive. Luego uno se la pasa escribiendo letras de canciones. De cosas que ha vivido. Momentos que ha presenciado. Todo permanece oculto. Sólo la memoria del tiempo te lo hace ver.

Foto:

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