Por Valor

Los escorpiones del hampa

Cronicas

El bandido revive los detalles de un robo perfecto. Fútbol y metralla.

Empezaba 1992 y tratábamos de mantenernos un poco guardados y en calma.

Eramos como los escorpiones del hampa.

Picábamos y no podíamos parar de picar.

Teníamos tiempo y plata para hacerlo y unas ganas gigantescas de que en las venas nos corriera de nuevo la sangre ardiente desde que empezás con un operativo (así llamo a los robos) hasta que los terminás.

Ahora que me retiré y estoy arrepentido de muchas cosas, cuento los robos como si fueran cosas que le pasaron a otro. En ese momento, parar era difícil para nosotros. Nuestro lema era: apretá el acelerador siempre.   

Veníamos de dos años movidísimos en los que nos hicimos expertos en estos asuntos de robar bancos y blindados. Éramos sin dudas de los mejores, no estaba nada mal quedarnos un poco quietos, replegar apenas para comenzar otra vez.

Eran años raros en la Argentina.

Con gente que estaba creciendo mucho económicamente y otros que empezaban a no tener nada.

Nosotros, que a esa altura habíamos aprendido a observar detalladamente el nivel adquisitivo y los movimientos comerciales, nos dábamos cuenta y de hecho era un tema que charlábamos cada tanto. Después eso que veíamos en ese momento fue creciendo hasta que estalló en 2001, diez años después. 

La superbanda creció en muchos aspectos. No éramos amigos, éramos compañeros. A veces eso es mejor.

Nos unía la complicidad, como en un grupo de rock. Habíamos aprendido juntos, habíamos asumido la responsabilidad de robar a grandes peces sin disparar ni matar a nadie jamás.

Robar, para mí, era como pescar.

De chico mi viejo me llevaba a pescar al Paraná. Había que insistir y tirar la red: alguna vez iban a caer los pesos. En el delito es lo mismo. Insistir. 

Con los muchachos habíamos decidido no robarle a los trabajadores porque para eso estaba el Estado y el sistema capitalista. Habíamos repartido justamente cada inmenso botín.

Éramos sin dudas confiables entre nosotros y no estaba en absoluto la posibilidad de la traición. Lealtad ante todo. 

La banda era numerosa y entre nosotros había mucho respeto, éramos los responsables de un grupo de pibes jóvenes que estaban orgullosos de su trabajo y eran valientes, todos iban al frente. 

Esa banda era interesante porque además los más chicos eran deportistas y eso era clave, muchos se dedicaban a jugar al fútbol, salían a correr, practicaban boxeo, tenían una educación muy interesante esos pibes.

Además eran buenos actores porque en esos asaltos cada uno cumplía un rol y para eso tenías que tener habilidad para ocuparlos.  Entre esos golpes de aquella época, en quince días robamos dos veces la misma empresa: dos blindados de la empresa Gándara, en Vicente López.

Robar, para mí, era como pescar. De chico mi viejo me llevaba a pescar al Paraná. Había que insistir y tirar la red: alguna vez iban a caer los pesos. En el delito es lo mismo. Insistir.

Los robos eran al atardecer, cuando el blindado llegaba a dar la recaudación. 

Me acuerdo que una de esas veces estábamos con los pibes debajo de un eucalipto gigante esperando que llegara un camión cuando uno de los nuestros, que estaba en otra posición, nos avisó que teníamos que entrar en la fábrica. Fue rápido e hicimos tranquilísimos el trabajo en la tesorería. Esperamos el camión y cuando llegó juntamos toda la plata y nos fuimos. Todo en muy pocos minutos.  Pero lo llamativo no fue eso. Sino cómo empezó todo. -Muchachos, prepárense que hoy jugamos un partido, llevemos pelota y pelotas –había dicho uno de mis compañeros.

El plan era novedoso. Mientras esperábamos al blindado, íbamos a hacer un partido de fútbol, porque de esa manera no levantábamos ninguna sospecha.

Teníamos unas camisetas y pequeños bolsos y mochilas que se suelen llevar cuando jugás al fútbol, pero ahí guardábamos las armas. El dato era que llegaba a las 18 o 19. 

Era en Panamericana y Sal Lorenzo. Fuimos con Carlitos, Willy, Carlos Sánchez, Don Chiquito Reyes, el Correntino, El Negro. Nos metimos en una canchita que había enfrente. 

En un momento, mientras jugábamos el picadito recuerdo que hasta festejábamos los goles), otro de nuestros compañeros nos avisó por Handy que estaba llegando el camión.

Agarramos los bolsos y nos mandamos al lugar a paso rápido, con las camisetas puestas. Apretamos a un guardia de seguridad, luego abrimos una puerta de vidrio y ajustamos a un policía que custodiaba el dinero que se encontraba sobre un escritorio. Lo pusimos fuera de acción y cargamos todo.

Al toque tuvimos información que a los pocos días podíamos repetir el golpe. Dejamos pasar dos semanas y volvimos a la cancha. Con camisetas, cortos y medias nos apostamos en el lugar, mientras pateamos la pelota.

Algunos miraban la aparición del camión y otros patean la pelotita. Bueno, todos sabían que cada uno tenía su arma. Yo tenía un bolso pescador con dos pistolas y una Uzi  con dos cargadores. Cada uno tenía su rol.

Lo que nos molestaba siempre era la demora de la llegada del blindado.

No eran puntuales. En ciertos lugares, estos factores complicaban las cosas. 

Ese día volvimos a jugar al fulbito. Hasta que llegó el blindado. Los custodios se habían señas. Dudaban en bajar. Como siempre, llevaban la llave con la que abren la caja fuerte de la tesorería de la empresa.

Muchas veces, los custodios de la empresa y de la tesorería, tienen el arma escondida. Por eso siempre se tiene cuidado para identificar al custodio que se viste de civil. A la carrera nos sacamos las camisetas y nos cambiamos para poder entrar y apretar.

En cuestión de pocos minutos volteamos al camión. A las corridas llevamos al personal a la tesorería y abrimos la caja fuerte. Llevamos dinero y cheques. Sacamos bastante rápido porque no sabíamos cuánto tiempo se había pasado y seguro que ya faltaba poco para que lleguen al lugar.

Era difícil salir rápido de allí, porque tenía calles cortadas por reparaciones. Bueno, lo más importante es que en 15 días se habían robado dos palos y dos camiones de la empresa Juncadela, que quedó un poco triste.

La razón: con los muchachos nos llevamos todo.

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