Uno de los rumores más extendidos en torno a la locura de Skip Spence es aquel del hacha: alguien totalmente enloquecido, aparentemente recontrapasado de ácido, entra en el estudio donde sus compañeros de Moby Grape trabajan en la grabación de "Wow", el tercer disco de la banda, y ataca, dice la leyenda, al baterista Don Stevenson.
Logran controlarlo, le quitan el hacha -aparentemente robada de un camión de bomberos- y de inmediato lo internan en un psiquiátrico. Spence había sufrido una serie de problemas con las drogas en esos últimos años, igual que Bob Mosley, bajista de Moby Grape.
Ambos fueron diagnosticados como esquizofrénicos.
Uno terminó como homeless en San Diego, y el otro, el que nos ocupa aquí mayormente, muerto de cáncer de pulmón dos días antes de cumplir 54.
El de Moby Grape fue un caso curioso, y no sólo por la convivencia de chalados.
Pensado como un supergrupo de laboratorio -jóvenes, talentosos, desprejuiciados, bonitos-, produjo un primer disco plagado de hits que, calculaban los genios de la industria, podía poner en caja al pop psicodélico californiano, encontrando un punto de equilibrio entre el incontrolable trip de los Grateful Dead y las extravagancias de los Mothers of Invention.
El resultado comercial fue muy pobre y la carrera del grupo, completamente errática. Pero de ese desastre emergió Skip Spence, quien había sido brevemente baterista de Jefferson Airplane y también tocaba la guitarra y componía.
En noviembre de 1968, cuenta David Fricke, veterano periodista de la Rolling Stone, Skip llegó a Nashville en moto. Venía de Nueva York con una preocupación primordial que poco tenía que ver con el adelanto que debería pagarle Columbia -se dice que terminaron siendo apenas 1.000 dólares-, las condiciones de grabación o la producción artística de su primer álbum solista.
Lo que quería a toda costa era que le permitiesen firmarlo con su verdadero nombre, Alexander Spence (su nombre completo era Alexander Lee Spence), una manera simbólica de recuperar su identidad luego de unos meses de internación terapéutica. El resultado de las sesiones, que duraron sólo seis días, fue, es y seguirá siendo un tratado mayor de psicodelia fantasmal que reveló una concepción absolutamente anárquica de la música.
De hecho, fue saludado con reverencia por Greil Marcus en el momento de su aparición, mucho antes de la reinvención del disco como objeto de culto.
El free folk, el freak folk y todos los sucedáneos que hemos creado los periodistas en los últimos años tienen un antecedente en estas grabaciones. Los Devendras de esta era morirían por hacer un disco como "Oar", del que pueden encontrarse ecos más claros e inmediatos -los discos solistas de Syd Barret, aunque ésta es una idea muy discutida- y muy posteriores y ciertamente ambiguos -el recientemente editado "One Foot in the Grave", uno de los mejores discos de Beck-.
En noviembre de 1968, cuenta David Fricke, veterano periodista de la Rolling Stone, Skip llegó a Nashville en moto. Venía de Nueva York con una preocupación primordial que poco tenía que ver con el adelanto que debería pagarle Columbia -se dice que terminaron siendo apenas 1.000 dólares-, las condiciones de grabación o la producción artística de su primer álbum solista.
Hay también un tributo del que participaron el propio Beck, Robyn Hitchcock, Robert Plant, Mudhoney y Tom Waits (su versión de “Books of Moses”, también incluida en el triple “Orphans” es gloriosa). Yo escuché hablar de "Oar" por primera vez en la Escuela del Círculo de Periodistas Deportivos, donde me quedé trabajando en la bedelía luego tres años de estudio durante los cuales afortunadamente un veterano empleado de Entel me introdujo al mágico universo de Luis Alberto Spinetta.
Hansen (como Beck, sí), un compañero de ese trabajo fanático de Pink Floyd -especialmente de Barret-, The Mamas & the Papas y Emerson, Lake & Palmer, me dijo que tenía que escuchar Moby Grape, y sobre todo el disco que uno de los integrantes del grupo había grabado como solista.
Ignoro cómo sabía de la existencia de "Oar", porque la reedición que lo popularizó, una muy buena de Sundazed, es de 1999. Y yo laburaba con Hansen a principios de los 90.
E ignoré cómo pretendía que consiguiera ese disco hasta que, dos meses después, rompiendo uno de los silencios de tres horas que eran habituales entre nosotros, me preguntó si lo había escuchado. Apenas le dije que no, sacó un TDK de un bolsillo del enorme bolso azul de tela que traía siempre y me lo dio.
Esa misma noche, cuando llegué a "Grey/Afro", quedé turulato. Nunca había escuchado algo así. Hansen desapareció de la escuela unos días más tarde.
No llegamos ni siquiera a comentar algo del disco.
Todavía me sigo preguntando si llevaba un hacha en el bolso.