Por Olguín

Una vida al límite

Cronicas

Lee Miller tuvo una presencia tan avasallante como sus fotografìas.

El nombre de Lee Miller no es tan popular como su imagen fotografiada y como las imágenes que ella fotografiaba.

Muchos recordarán su cuerpo desnudo en algunas de los retratos más logrados de Man Ray; también recordarán las sobrecogedoras imágenes tomadas en el campo de concentración de Dachau tras la liberación de los aliados.

Pero pocos imaginarán que la modelo del creador surrealista y la autora de los crudos testimonios de la barbarie nazi son la misma persona.

Una persona dueña de una presencia avasallante que supo imponer su belleza y su talento artístico.

Como en una extraña parábola, cuando la esbeltez de sus formas y la perfección de sus razgos fueron desdibujándose con el pasar de los años, también fue desapareciendo su genio creador. Murió olvidada; veinte años después pocos la recuerdan. Quedan sus fotos, su imagen.  

Primeras imágenes

La casi desconocida vida de Lee Miller es digna de una novela. Así pensó el escritor francés Marc Lambron que la tomó como protagonista de El ojo del silencio (1993), novela traducida al español y editada por Circe en 1996. Pero el texto más apasionante y revelador sobre Lee Miller es la biografía The Lifes of Lee Miller (1985), escrita por Antony Penrose.

El autor describe detalladamente la vida de la fotógrafa, sin mitificaciones ni prejuicios o mojigaterías ante las múltiples historias amorosas de Miller, algo especialmente valioso si se tiene en cuenta que Antony Penrose es su propio hijo. Elizabeth –tal su verdadero nombre de pila- nació en 1907. Se crió en Poughkeepsie, un suburbio neoyorquino en el seno de una familia liberal de buen pasar económico.

El autor describe detalladamente la vida de la fotógrafa, sin mitificaciones ni prejuicios o mojigaterías ante las múltiples historias amorosas de Miller,

 

Su padre, Theodore, era un ingeniero mecánico aficionado a la fotografía, introductor de los esquíes deportivos en Estados Unidos. Su madre, Florence, durante su noviazgo con Theodore a comienzos de siglo se había dejado fotografiar desnuda por él. La vida de Lee (llamada en su infancia Li Li) habría sido perfecta junto a sus dos hermanos si no hubiera sido por una tragedia en la que fue la víctima: siendo muy niña un desconocido abusó sexualmente de ella.

Sus padres buscaron ayuda psiquiátrica y trataron por todos los medios que Lee superara el trauma. Tal vez por eso, a Lee le perdonaban todos los actos de rebeldía durante su adolescencia y juventud. Otra tragedia marcó su entrada en la adultez. Lee se había enamorado de un joven que parecía una réplica másculina de ella: bello, aventurero y rebelde. En un paseo en barco por un lago, el muchacho se tiró al agua para hacerle una broma pero el destino le jugó una broma peor: al joven le dio un infarto y falleció en el medio del lago.

Lee parecía canalizar sus problemas con constantes arranques de rebeldía con las consecuencias lógicas: la echaban de todos los colegios.

Ante esta situación, los padres decidieron educarla con una institutriz polaca que hacía las veces de profesora de francés. Esta mujer convenció a los padres de que lo mejor para el espíritu y la sensibilidad artística de Lee eran una larga visita educativa a París. Así fue como Lee y su profesora partieron hacia Francia el 30 de mayo de 1925 cuando Lee tenía 18 años. Al tocar puerto francés, grande fue la sorpresa de Lee cuando descubrió que su profesora de francés no sabía siquiera pedir un taxi en esa lengua. Era una polaca impostora que había engañado a la familia Miller. A Lee la situación le resultó divertida, tanto como instalarse en un hotel cuya principal actividad era la prostitución. Algo que la instructora polaca recién notó muchos meses más tarde. El descubrimiento de París fue para Lee el descubrimiento de un destino. Escribió a su padre diciéndole que quería convertirse en artista. Entró en una escuela de arte y ya sin su chaperona comenzó a frecuentar los ambientes artísticos de la época. Eran los tiempos de la explosión surrealista y del tedio impostado de la "Generación perdida". Theodore no soportó que su hija pasara tanto tiempo en París y fue él mismo a buscarla. De regreso a Estados Unidos, en 1926, Lee decidió instalarse en Nueva York donde entró en la escuela de Artes. Cada tanto Lee volvía, sola o acompañada de sus amigas, a la casa paterna de Poughkeepsie. Ahí aprovechaba para aprender los rudimentos de la fotografía junto a su padre que comenzó a utilizarla como modelo de sus desnudos, tanto a ella como a sus amigas que se prestaban alegremente al pedido de un padre tan poco tradicional. Lee entró al mundo del modelaje de la manera más inverosímil. Estaba por cruzar distraídamente una avenida en Nueva York. No se dio cuenta de que un auto podía atropellarla. La salvó un desconocido tomándola de un brazo. Ese desconocido quedó deslumbrado por la belleza de la joven distraída. El era nada menos que Condé Nast fundador de un imperio periodístico cuya principal expresión era la revista Vogue. En marzo de 1927, la figura de Lee Miller ilustraba la tapa de la revista de moda más popular de Estados Unidos y Europa.   Modelo y fotógrafa La esbeltez de su cuerpo, la belleza de su rostro y la intensidad de su mirada, convirtieron rápidamente a Lee Miller en una modelo célebre. A esto debe sumarse la capacidad innata de Lee para hacerse amiga de la gente que podía ayudarla en su carrera como, por ejemplo, Frank Crowninshield, director de Vanity Fair. El éxito de Miller se reflejaba en la cantidad de coverturas que hacía para las revistas y también porque su imagen servía para la venta de productos: Lee Miller fue la primera mujer "de verdad" (y no una mera ilustración) que sirvió como modelo publicitario para la más popular marca de toallas femeninas en Estados Unidos. A pesar de su popularidad, Lee extrañaba París. A los 22 años, colmada de recomendaciones para fotógrafos y editores parisinos, Lee Miller volvió a París. Una vez ahí se dirigió a un pintor y fotógrafo coterráneo que se destacaba entre los artistas del surrealismo: Man Ray. Lee no quería ser simplemente su modelo, quería ser también su alumna, quería aprender fotografía de la mano de un genio. Pronto también se convirtieron en amantes. La relación de Lee Miller y Man Ray sobrevivió tres años en un extraño clima de celos (tanto personales como profesionales) y aprovechamiento mutuo. Lee se convirtió en su modelo. Man Ray no sólo le transmitió sus conocimientos fotográficos sino que le derivaba parte de su trabajo. Lee se quejaba de que sólo le pasaba lo que a él no le interesaba o que no era importante. Man Ray sufría (y dejó constancia de ello en su Self Portrait, Londres, 1963) por las infidelidades de Lee y por su capacidad para acercarse a los poderosos del mundo de la moda. Como los demás surrealistas, Man Ray era partidario del amor libre pero moría de celos cuando veía que su propia pareja era la que lo llevaba continuamente a la práctica. Man Ray tampoco era su único maestro. Lee Miller se había hecho amiga de los mejores fotógrafos de moda como G. Hoyningen-Huené y Horst P. Horst. Ella hacía de modelo para ellos a cambio de conocimientos técnicos. Como modelo, Lee era perfecta según se desprenden de las fotos y de testimonios como el del fotógrafo Cecil Beaton: "Lee Miller [...] se había cortado sus pálidos cabellos para parecer a un joven pastor. Sólo la escultura podría dar cuenta de la belleza de sus labios perfectos, de sus grandes ojos lánguidos y de su cuello semejante a una columna." Si se observan las fotografías realizadas por Lee Miller en este periodo es difícil diferenciarlas de las tomadas por Man Ray. Ambos tenían un especial interés por el desnudo entre las sombras, por el "erotismo velado" del que hablaban los surrealistas y que tanto surgía de un primerísimo plano de un cuello como de una espalda de mujer. Hay un tono dramático en estas fotos del que carecían los fotógrafos de moda de entonces. Tal vez la colaboración más importante entre Man Ray y Lee Miller haya sido el desarrollo de la técnica de la solarización de las fotografías. "Algo se cruzó por mis pies –contó Lee Miller- cuando estaba en el laboratorio. Pegué un grito y prendí la luz. Nunca supe si se trataba de un ratón o qué. Me di cuenta de que la película que revelaba estaba completamente expuesta. En la cubeta se encontraba una docena de negativos de desnudos sobre fondo negro. Man Ray los tomó, los pasó por el fijador y los examinó: las partes no expuestas del negativo, o sea el plano negro posterior, habían conseguido que la luz violenta rodeara perfectamente los bordes del cuerpo desnudo y blanco. Este descubrimiento accidental fue mejorado por Man que supo como trabajar cada foto para que le dé el resultado experado." Sus amigos surrealistas –y especialmente Man Ray- se enojaron con Lee cuando decidió aceptar el ofrecimiento de Jean Cocteau de protagonizar su film La sangre de un poeta. Esta fue su única incursión en el cine. Sus carreras como fotógrafa y modelo se desarrollaban muy favorablemente. Seguía siendo el rostro de tapa de las principales revistas europeas, Time escribía que Lee Miller poseía "el más hermoso ombligo de París" y gente del mundo de la moda como Patou o Chanel le confiaban su imagen en su doble oficio delante y detrás de cámara. Lee conoció a un egipcio llamado Aziz Eloui Bey que pronto se convirtió en su amante. Pero no era uno más: se enamoraron a tal punto que Lee abandonó a Man Ray y Aziz a su esposa. Man Ray no podía soportar la separación. Al pie de una foto de un ojo de Lee escribió: "Las cuentas no se equilibran jamás, no se paga jamás bastante, etc. etc. Te amo, Man." Peor suerte corrió la mujer de Aziz: al poco tiempo de ser abandonada se suicidó. Viendo el color oscuro que tomaba su relación con Aziz, Lee decidió huir, volver a Estados Unidos. Arnold Freeman, entonces director de Vanity Fair, la quería en su equipo. Lee Miller regresó a Nueva York en noviembre de 1932. Tenía 25 años.   Los viajes Con la ayuda financiera de unos amigos y con la asistencia de su hermano Erik, Lee Miller abrió su propio estudio en Nueva York. Los primeros años de la década del '30 no eran los ideales para actividades como la fotografía. Lee se encontró con menos trabajo del esperado a pesar de que recibía pedidos periódicamente de Vogue, Harper's Bazaar y Vanity Fair. Los trabajos en estas revistas tenían fines puramente comerciales y Lee debía ajustarse a los patrones marcados por los medios sin que su talento artístico se desbordase. Las fotos de esta época son perfectas desde la perspectiva técnica pero carentes de la sensualidad y la sorpresa que caracterizaban a sus fotos "francesas". Un importante empresario egipcio había llegado a Nueva York para negociar la compra de materiales para el ferrocarril de su país. Se trataba de Aziz. El reencuentro de los amantes desembocó en el casamiento bajo la ley musulmana el 19 de julio de 1934. Lee Miller cerró su estudio y se fue a vivir con su flamante marido al Cairo. "Para Lee –explica Antony Penrose- partir era siempre más importante que llegar." En una carta a su hermano Erik desde Egipto, Lee escribió: "Yo sé lo que es ser fotógrafo: el infierno." Durante un largo periodo, Lee Miller renegó de su oficio y se dedicó a su papel de esposa feliz. Pero El Cairo, el desierto del Sahara, los oasis, eran imágenes demasiado imponentes para que Lee no quisiera retomar su labor fotográfica. Lee –que hasta entonces se había mostrado como una fotógrafa de estudio- comenzó a retratar las calles colmadas de El Cairo, la mejestuosidad de las pirámides y los vestigios humanos del Egipto profundo. Lee Miller descubría las posibilidades del paisaje en una perspectiva que no abandonaba su mirada surrealista. Pero ahora sus fotos no recordaban a Man Ray sino a Henri Cartier-Bresson quien por esos años producía sus primeras fotos importantes. A los tres años de estar en Egipto, Lee Miller volvió a sentir el llamado de Europa. Pasaba por largos periodos de depresión que crecieron con su cumpleaños número 30. Aziz entendió: le dio su apoyo y dinero suficiente para que se volviera a París. Apenas llegó se puso en contacto con sus amigos surrealistas que la invitaron a una fiesta de disfraces. Con su habitual costumbre de llamar la atención, Lee Miller fue vestida con un sobrio vestido de noche. Ahí se reencontró con Man Ray que estaba en compañía de su pareja, una bellísima mulata de Martinica llamada Ady. Los viejos amantes hicieron las paces. También estaban sus amigos Paul Eluard, Max Ernst y Michel Leiris. Junto con Julien Levy llegó un pintor inglés disfrazado de mendigo. Se trataba de Roland Penrose, ex esposo de la escritora surrealista Valentine Penrose. Roland se enamoró apenas verla y le pidió a Max Ernst que organizara un encuentro para la noche siguiente. "A la otra mañana –cuenta Antony Penrose, hijo de Lee y Roland- Lee se despertó en los brazos de Roland en su cuartito del hotel de la Paix." Roland invitó a sus amigos surrealistas y a Lee a su finca en Inglaterra. Hacia allí fueron Max Ernst y Leonora Carrington, Paul Eluard y Nusch, Man Ray y Ady, a los que se agregaron artistas ingleses y norteamericanos. Como un grupo de nómades, el grupo se dirigió luego al sur de Francia para visitar a Picasso quien hizo un retrato de Lee. Pero Lee, intempestivamente, volvió a El Cairo. Durante más de un año, Lee vivió en la confusión de no poder tomar una decisión con respecto a sus dos amores: Aziz y Roland. Junto a Roland partió luego en un viaje por los Balcanes donde acentuó su estilo de fotógrafa documental o social cercana al fotoperiodismo. Mientras hacía otro viaje con un tercero que no era ni su marido ni su amante oficial, Lee le escribió a Aziz: "En cuanto a mí, no sé lo que francamente quiero si no es 'tomar mi parte y devorarla'. Deseo la combinación utópica de la securidad y de la libertad y, en el plano emocional, necesito ser completamente absorbida por un trabajo o por un hombre que ame." Finalmente, Lee se decidió por Roland. Dejó a Aziz –que en su gran amor le regaló una importante cantidad de acciones- y se fue con su nueva pareja a Londres previo paso por Francia donde se encontraron con sus viejos amigos. Por entonces, Hitler invadía Polonia.   Ver la guerra Cuando Lee Miller quiso encontrar trabajo en la Vogue inglesa como fotógrafa (sus tiempos como modelo parecían superados) no encontró demasiadas trabas pero tampoco fue recibida cálidamente. La estrella entonces era Cecil Beaton que empezó una guerra privada con Lee por quedarse con las mejores producciones. Resulta extraño observar los ejemplares de Vogue de 1940 donde casi no hay referencias a la guerra. Las fotos de ropa, de zapatos y de joyas continuaban como si el avance y los bombardeos nazis no existieran. De hecho, la destrucción de la redacción de Vogue en octubre de 1940 pasó casi desapercibido para la revista. Las primeras consecuencias de la guerra, igualmente, se dejaron sentir en Vogue con el racionamiento de papel. El estado autorizaba la entrega de papel según las ventas de los medios en 1938. El porcentaje había caído a un 18 por ciento. Esto redujo notablemente la cantidad de notas y fotos. Como cada ejemplar era adquirido por adelantado fue imposible encontrar un ejemplar de Vogue en los kioscos en los siguientes ocho años. En 1941, Lee Miller preparó un libro de fotos llamado Grim Glory (Amarga victoria: imágenes de Gran Bretaña bajo las bombas) y publicado en Estados Unidos. Una vez más, Lee Miller se sirvió de su espíritu surrealista para mostrar el desastre de los bombardeos: los escombros se mezclan con imágenes sorpresivas que no carecían de sentido irónico.

Por entonces, Lee conoció a Dave Scherman un fotógrafo nortemericano corresponsal de guerra de Life que con sus imágenes audaces influyó en el cambio operado en esos años en la prensa que optó por un realismo descarnado.

Dave y Lee comenzaron a trabajar en equipo tanto en las islas británicas como en el continente durante el avance aliado.

La relación de estos dos fotógrafos es el núcleo de la novela El ojo del silencio de Marc Lambron. Influida por Scherman (e influida Vogue por Life), Lee sacó su cámara a la calle para hacer sus producciones de moda. Aunque pronto Lee debió partir. El 6 de junio de 1944 las tropas aliadas hicieron su cabecera de playa en Normandía. Junto con ellas viajaban Lee Miller y Dave Scherman que cubrieron fotográficamente el avance aliado sobre los invasores alemanes. Por primera vez, Lee Miller no sólo fotografiaba sino que además escribía los artículos que la convirtieron en la estrella de Vogue durante más de un año. Indirectamente, Lee volvió a ser modelo: Scherman sentía un especial amor por Lee y le sacaba continuamente fotos entre los soldados aliados o entre los escombros de la guerra. Las primeras imágenes tomadas por Lee Miller durante el sitio de Saint-Malo y luego durante la liberación de París muestran la guerra desde su lado heroico (soldados norteamericanos e ingleses disparando, tomando posición en territorio enemigo, etc.) y hasta feliz (niños y adultos civiles festejando la liberación). En París se reencontró con algunos amigos de los buenos tiempos: Picasso, Eluard, Nusch. Ella sentía que no era lo mismo; después de un breve periodo donde ayudó a armar la Vogue francesa y hasta organizar las primeras producciones de moda sobre los escombros, volvió a partir con las tropas aliadas que se dirigían hacia el Este. Lee y Scherman volvieron a encontrarse durante la campaña de Alsacia y siguieron camino juntos. En ese avance hacia Berlín, Lee tomó muchas de sus mejores fotos como reportera gráfica. Tanto Lee como Scherman entraron junto a las tropas que liberaron el campo de concentración de Dachau y luego el de Buchenwald. Sobreponiéndose al horror, Lee fotografió sin evasiones ni eufemismos la crueldad y la muerte de los campos de concentración. Sus fotos mostraban los cuerpos apilados, el rostro cadavérico de los sobrevivientes, pero también a los guardias alemanes asesinados o detenidos durante la toma del campo. Junto con sus fotos envió la siguiente esquela dirigida al director de Vogue: "Le suplico que me crea que esto es la verdad." Cuando Lee y Scherman llegaron a Munich fueron ubicados por el ejercito de liberación en una casa cómoda pero sin demasiados lujos. Nada hacía presumir (salvo la platería grabada con la cruz gamada y las iniciales AH) que esa casa había sido el hogar de Hitler. De regreso a Londres, Lee fue recibida como una heroína. El director general de Vogue, Harry Yoxall escribió: "¿Quién otro ha escrito con igual talento sobre los GI y sobre Picasso? ¿Quién otro puede asistir a la muerte de Saint-Malo y al renacimiento de los salones de moda? ¿Quién otro puede pasar en una semana de la línea Siegfried a la nueva línea de vestidos?"   Los años grises. Durante la guerra, Lee Miller había alcanzado los momentos de mayor intensidad como fotógrafa. Una vez terminado el conflicto bélico fue enviada por Vogue a cubrir los primeros desfiles en el continente europeo. No era lo mismo. A Lee le faltaba la adrenalina con la que había vivido en los últimos años. Para colmo su relación con Roland Penrose se había complicado y estaban virtualmente separados. Lee comenzó a depender del alcohol y de somníferos para sobrevivir. La amistad de Dave Scherman le sirvió para tomar fuerza y partir en busca de aventuras periodísticas hacia Europa Oriental. Viajó por Austria, Rumania y Hungría donde soportó ataques de los recientes gobiernos comunistas y vio el horror de la posguerra. Escribió un extenso artículo que fue publicado en junio del '46 en Vogue. Fue el último que realizó sobre la guerra y sus consecuencias. Dave Scherman actuó como lazo de unión entre Roland y Lee que volvieron a estar juntos. Se instalaron en la campiña inglesa aunque antes pasaron una temporada en Estados Unidos donde estaban instalados Man Ray y Max Ernst con sus respectivas nuevas mujeres. Al poco tiempo, Lee quedó embarazada, se casaron y su único hijo Antony nació en setiembre de 1947. Lee siguió sacando fotos pero de manera aislada y sólo a los amigos que se acercaban a su casa de campo. De a poco fue abandonando su oficio fotográfico mientras veía que crecía la fama y el prestigio de Roland Penrose.

A Lee Miller le obsesionaba la pérdida de la belleza. Parecía que nada tenía importancia si no mantenía la hermosura que la había caracterizado durante las décadas anteriores. No le interesaba escribir ni sacar fotos. Tenía una mala relación con su hijo y veía cómo su esposo, en su actividad artística, se rodeaba de mujeres jóvenes. Lee encontró una particular salida a su declive: la cocina. Se convirtió en una experta cocinera que la llevó a ganar diversos concursos europeos.

Los últimos años de su vida se repartieron entre la creación de nuevos platos y sus viajes por el mundo, cargando con el título de lady ya que a la familia Penrose se le había otorgado un título nobiliario. Los que veían a esa señora mayor, elegante y burguesa, no podían ni siquiera imaginar el pasado tumultuoso que contenía en su mirada. Lee Miller falleció el 10 de junio de 1977.


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